sábado, 12 de abril de 2014



TODO COMIENZA EN UN HUEVO





                             Huevo de mariposa en una flor de mimosa


Antes de convertirse en seres alados, las mariposas deben consumar una serie de pasos, el primero de los cuales es la fase del huevo. El tamaño de los huevos varía entre 0,5 y 2 mm, y sus formas, estructuras y colores son muy diversos. Observados a través de una lupa de gran aumento, algunos son auténticas joyas: los hay esféricos, ovales, cúbicos, en forma de botella o de mazorca de maíz. Su superficie puede ser lisa o presentar complejas estructuras, como poros, costillas, protuberancias, espinas, dibujos en panal de abeja, etc.





Algunos huevos presentan una envoltura más fina, lo que facilita el trabajo de la oruga a la hora de salir del huevo: se trata del mismo principio que las latas de conserva con sistema abre-fácil. Al nacer las orugas, éstas ingieren la cáscara de su propio huevo, en la que encuentran nutrientes indispensables para su crecimiento.






Las hembras suelen depositar los huevos en el envés de las hojas, en las fisuras de la corteza de los árboles o sobre el mismo suelo. Algunos huevos son del mismo color que su soporte o bien presentan semejanza con algunas estructuras de la planta. Para despistar a los parásitos que se guían por el olfato, la hembra recubre los huevos con determinadas sustancias olorosas o bien éstos contienen unas moléculas que impiden el desarrollo de la larva del parásito. Otros poseen espinas o minúsculos relieves que entorpecen la puesta de los parásitos. Con esta misma intención, algunas hembras recubren sus huevos con escamas o pelos arrancados de su propio cuerpo.





El tiempo de desarrollo del huevo varía según las condiciones externas. Un huevo puesto a finales de la primavera o en verano, cuando los días son cálidos y las noches suaves, puede eclosionar al cabo de ocho días. Sin embargo, en épocas en que las noches frías son seguidas por jornadas suaves, el tiempo de eclosión puede prolongarse hasta tres semanas. Muchas especies pasan el invierno en la fase de huevos, en cuyo caso, éstos contienen determinadas sustancias que funcionan como anticongelantes y que les permiten soportar temperaturas muy bajas. De este modo, el huevo tarda varios meses en eclosionar.




                                   Oruga de mariposa MONARCA



>La voracidad de la oruga

La larva de la mariposa se conoce con el nombre de oruga. Las orugas se distinguen de otras larvas de insectos por la presencia, además de las seis patas del tórax, de falsas patas, bajo el abdomen, que les permiten desplazarse y que terminan en ventosas y pequeños ganchos, de manera que la oruga consigue engancharse sólidamente a su soporte. Según las familias, el número de falsas patas oscila entre dos y cinco.






                                  Oruga de mariposa AQUERONTA



La misión de la oruga es la de engordar sin descanso para acumular los tejidos y las reservas de grasa necesarias para dar lugar a la mariposa adulta. Su apetito puede ser insaciable. Es impresionante escuchar en un bosque afectado por una población de orugas defoliadoras, el ruido claramente perceptible producido por millones de mandíbulas recortando las hojas y ver los minúsculos excrementos cayendo en una continua lluvia.






Existe un gran número de especies de mariposas y cada una de ellas explota, en el estadio de oruga, un recurso diferente. Las hay muy eclécticas, adaptadas a todo tipo de plantas, mientras que otras sólo se alimentan de una familia concreta o, como mucho, de dos especies.






Las plantas más comunes, como la encina, la ortiga o el cardo, pueden alimentar a numerosas especies de orugas, ocupando cada una un nicho particular. Muchas atacan principalmente a las hojas, algunas en primavera, otras en otoño; asimismo, pueden iniciar un ataque desde el interior o bien consumir los brotes, las flores, los frutos o las raíces. Algunas especies poseen una dieta alimenticia un tanto particular: madera muerta, cera y huevos de abejas, pelos o plumas de cadáveres.





Las orugas desarrollan estrategias muy diversas para sobrevivir. Las más discretas se confunden con su entorno adoptando tonalidades más bien neutras. Otras copian la forma y la posición de brotes y ramitas. Incluso las hay con dibujos o colores llamativos para advertir de su desagradable sabor a los posibles predadores. La oruga de la mariposa macan, por ejemplo, o la de la chupaleche (Iphiclides podalirius), cuando se siente amenazada, hace salir un órgano de defensa glandular (osmoterium) rojo o amarillo, en forma de horquilla. Finalmente, las hay que poseen pelos urticantes, como la procesionaria del pino.





Las orugas aumentan de tamaño a intervalos, ya que el esqueleto externo debe ser lo suficientemente rígido para soportar la tensión de los músculos. Esa rigidez lleva aparejada una elasticidad muy reducida y, por lo tanto, una imposibilidad para la oruga de crecer mucho dentro de su propia piel. Ésta es la razón por la que la oruga se libera regularmente de su antigua piel, demasiado estrecha, en el proceso conocido como muda. Según las especies, se producen entre tres y ocho mudas.





>Los misterios de la metamorfosis


La oruga que ha terminado su desarrollo sobre un soporte cualquiera, se oculta entre las hojas o en el musgo, se teje un capullo o prepara una cámara en el suelo, según la especie. En ese momento se produce una última muda y aparece la ninfa o crisálida. Ésta es una fase comparable a la del huevo. Se trata de un periodo de inmovilidad en el interior de una pequeña envoltura en el que todos los órganos de la oruga, salvo el sistema nervioso, se licúan, produciendo la transformación que dará lugar al nacimiento de la mariposa. La metamorfosis, como el desarrollo del huevo, puede durar entre ocho días y varios meses. Algunos esfíngidos pueden permanecer dieciocho meses en forma de crisálida si las condiciones externas no son favorables para su aparición.





Dada su inmovilidad, las crisálidas tienen un alto riesgo de ser capturadas. La defensa pasiva es su única arma, por eso la mayor parte del tiempo buscan refugios subterráneos (como hormigueros) o bien desarrollan una coloración críptica para mimetizarse con el entorno.
La crisálida de Anthocharis cardamines, por ejemplo, puede confundirse con una vaina de la hierba del ajo, una de sus plantas nutricias. Otras se protegen con un capullo más o menos grueso, sobre el que amalgaman diversos restos, incorporando una sustancia que lo endurece y hace más sólido. La industria textil no tardó en desarrollar la cría del gusano de seda para  producir un hilo de incomparable resistencia.






En el momento de la eclosión, la piel de la crisálida se agrieta y la mariposa sale rápidamente de la envoltura para colgarse de un tallo o una ramita. En ese momento, los muñones de las alas quedan colgando en el vacío y se despliegan gracias a la presión de la sangre y a su propio peso. Si la crisálida está contenida en un capullo, será la delicada mariposa la que perforará la envoltura. Para cortar la pared del capullo, no podrá utilizar sus mandíbulas, transformadas en una larga trompa para aspirar el néctar, por lo que se verá forzada a utilizar sus ojos, de facetas minúsculas, pero aristas vivas, a modo de lima. Algunas especies producen un líquido cuya misión es disolver el producto que aglomera la seda y facilitar así la liberación del insecto.





>Vivir para reproducirse


La mariposa que surge de la crisálida tiene como única misión perpetuar la especie. Algunas tienen una vida muy corta, tan corta que su trompa está atrofiada y no ingieren ningún alimento, obteniendo toda la energía de la grasa almacenada en su cuerpo por la oruga. Otras, sin embargo, pueden vivir varios meses y pasan el invierno a resguardo o bien emprenden migraciones de centenares de kilómetros. La mariposa monarca (Danaus plexippus) es la más conocida de estas migradoras. Pero la vanesa de los cardos (Cynthia cardui) o la esfinge de la calavera (Acherontia atropos), por citar dos especies de nuestras latitudes, realizan desplazamientos a veces muy largos y son capaces de cruzar el mar.






Las estrategias reproductoras son también muy diversas. Algunas especies viven en poblaciones sedentarias sobre pequeñas superficies, mientras que otras revolotean sobre un territorio más o menos extenso en busca de su alma gemela.






Iphiclides podalirius, por ejemplo, manifiesta un comportamiento territorial: los machos defienden su territorio contra la intrusión de sus congéneres del mismo sexo y se aparean con las hembras que incursionan en él.





Las hembras preparadas para realizar la puesta son capaces de encontrar y reconocer las plantas más convenientes para las orugas, aun cuando ellas mismas no se alimenten de ellas ni sean útiles para su supervivencia. Este reconocimiento se realiza normalmente a través del olfato. La hembra puede depositar los huevos aislados o en grupos, disponiéndolos en fila, en círculos, o en racimos sobre las hojas, los tallos, las flores o las ramas de estas plantas.






Algunas especies desarrollan originales estrategias. Así, la medioluto norteña (Melanargia galathea) deposita sus huevos mientras sobrevuela las praderas que frecuenta y, de este modo, las orugas, que se alimentan de numerosas gramíneas, siempre hallarán cerca una planta huésped. La ausencia de protección hace a los huevos muy vulnerables. Conviene no tocarlos ni recoger las plantas que les sirven de sostén, pues si se modifican algunos factores, como el calor o la humedad, la eclosión de los huevos se verá afectada.  Determinados trabajos de jardinería, como la quema de rastrojos, también influyen negativamente en este proceso.





La duración del ciclo de vida de una generación, entre puesta y puesta, es de aproximadamente un año, sobre todo en el norte de Europa. Según nos desplazamos hacia el sur, el número de generaciones va aumentando y con frecuencia pasa a dos (incluso tres) en determinadas especies y en la región mediterránea.









FUENTE: "Mariposas de Europa"

AUTOR: Vincent Albouy

© Losange, (Chamalières, Francia)
© Susaeta Ediciones, S.A.
Tikal Ediciones, Madrid
























2 comentarios:

  1. Gracias por esta introducción al ciclo de las mariposas; es justo lo que necesitaba para entender un pequeño milagro que ha ocurrido ayer en la terraza de mi casa: una chupaleches ha puesto tres huevos en un melocotonero a unos centímetros de mi cara, mientras estaba observando los brotes de las primeras hojas, así que voy a compartir el árbol con ellos hasta que se hagan adultos. lo más curioso es que a esta mariposa le falta la cola del ala izquierda igual que a una que vi en agosto ¿será porque es la misma?

    un saludo

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